"Cuando nuestras miradas se encuentran,
se que puedo perderme tranquilamente en tus ojos."

Iba a ser otra vacación familiar, pero esta vez en un hotel encerrado por la vegetación. Después de registrarse en la recepción, subieron todos a la habitación que, afortunadamente, tenía dormitorios por separado. Desempacó lentamente, suspirando mientras sacaba cada prenda y objeto. Había terminado la secundaria y estaba tratando de distender su mente del caos que, imaginaba, sería la facultad. En su maleta había cargado algunos libros, ropa, un perfume, un anotador, una cartuchera y su cámara de fotos instantánea. Miró detenidamente la cámara y empezó a ensayar tomas con lo que había en su cuarto. Miraba a través de la lente, como si intentara dejar plasmado la forma como veía el mundo que lo rodeaba. Enfocó el ventanal y trató de observar más allá de lo que las cortinas blancas mostraban. "¿Cuánto tiempo voy a estar detrás de la ventana?", pensó.

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"Menos mal que no se fue el ascensor, bajar tantas escaleras me hubiese agotado" - le dijo en tono de broma, a lo cual respondió con una risa silenciosa. Esta vez se detuvo a mirarlo. Se veía algo nervioso y bastante inquieto. Constantemente se rascaba la barba desprolija, desteñida por las canas, y se arreglaba el pelo. No podía quitar sus ojos mientras aquellos dedos se hundían entre los cabellos marrones oscuros que tenían pinceladas finas blancas también. "Que lindo el lugar para vacacionar, ¿no?" le dijo mirándolo. Por un instante creyó reconocer esos ojos profundos que le hacían sentir confianza. Tímidamente y en voz baja, dio una respuesta afirmativa sumando algún que otro adjetivo calificativo y apartó la mirada. Creyó que su mente jugaba con recuerdos; uniendo caras, sentimientos y emociones. 

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Habían acordado salir todos juntos a dar una vuelta por el parque que rodeaba el Hotel, uniéndose al grupo que armaba el guía de las instalaciones. Veía a su familia feliz, y eso lo hacía sentir bien, en calma y le brindaba mucho optimismo. Con la cámara en mano emprendieron el trayecto. Eran alrededor de treinta personas que estaban amontonadas en la puerta del edificio, listas para iniciar la visita al lugar. Una vez que el instructor se presentó y los instruyó con la historia del sitio, comenzaron lentamente la caminata por los senderos marcados  con banderas blancas y verdes. El tumulto de gente y el ruido comenzó a incomodarlo y, contándoselo a su familia, se alejó al final del grupo para poder apreciar mejor el ambiente. Nuevamente miró a través de la lente de la cámara y comenzó a enfocar al paisaje. Cielo: Tan cerca, tan lejos... Hojas: Como si fuese una mano, cada nervadura como si fuesen venas en el limbo... Flores: Cada recuerdo era un pétalo... El paisaje: La vida misma... Y una barba marrón. Sorprendido miró sobre la cámara y se encontró con un joven que estaba parado frente a él.

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Su perfume impregnaba cada rincón del espacio. Había algo en él que le parecía familiar pero no sabía que era exactamente. Quizás era por la forma en que se movía, como le sonreía cuando sus miradas se cruzaban o en lo nervioso que parecía estar, pero el muchacho de cabellos marrones, sin lugar a dudas, parecía un juego en su memoria. Pensó que lo normal sería preguntarle si se conocían, pero a la vez se abstenía de crear alguna situación que pudiese ser incómoda. "Nada más raro que alguien te diga, ¿Te conozco?" repitió en su mente para callar las dudas. "Te parecerá gracioso, per..." intentó decir su compañero de recorrido mientras giraba y se apoyaba contra una de las paredes, pero el ascensor se detuvo de golpe y ambos quedaron en silencio. 

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El joven le pidió disculpas por haberse colocado frente a la fotografía que iba a tomar. Él, tímidamente, restó importancia a la interrupción del muchacho y ofreció tomarle una foto por si quería guardarla de recuerdo del lugar. Sonriendo, el chico del pelo marrón aceptó gustoso. Así dio inicio a la charla. Dos mundos, relegados del tumulto, comenzaban a acercarse con cada palabra que cruzaban. Ambos estaban con sus familias de vacaciones. Bajo el cielo nublado, sus historias se entrelazaban en aquel instante y sitio.

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Estaba muy intranquilo, apoyado contra la pared del elevador. Miraba sigilosamente al muchacho de rulos. Esa barba que le provocaba ganas de tocarla y su mirada tristona que le traía remembranzas. Quería decirle que le parecía conocido, pero el desperfecto del ascensor cortó la frase. Fue entonces cuando, rápidamente notó que comenzó a acercarse. Estaban uno frente al otro. Podía sentir su respiración, contemplar esos rulos tan cerca, el aroma de su piel, cada centímetro de su barba y sus finos labios. Vio que levantó una mano y que se acercaba a su cuerpo. No sabía como reaccionar o que debía hacer. Por primera vez estaba desconcertado. Trató de calmarse y casi agitado de tantos nervios balbuceó un "Yo... este...". "Te apoyaste contra el tablero del elevador" le dijo el muchacho del cabello oscuro y presionando un botón, retomó la marcha al piso que quedaba por bajar. Lo miró alejarse, y su corazón comenzó a latir rápidamente sin evitar reírse de su imaginación.

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Estaban a algunos metros de regresar al Hotel, cuando de pronto se largó la lluvia. La gente comenzó a correr pero ellos se mostraron inmutables. "¿No te molesta la lluvia?" le preguntó el muchacho, acercándose para poder verlo mejor. Antes de responder, se detuvo a mirar el color marrón del cabello del chico, que resaltaba por el agua que se deslizaba en su cabeza. "Para nada, me gusta la lluvia. Como si todo se detuviera por un segundo y las gotas tuviesen el poder de limpiar cualquier recuerdo" le dijo y le sonrió. "Creo lo mismo." asintió su compañero sonrojándose. Se quedaron por un rato bajo la lluvia y luego siguieron caminando.

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Bajaron del ascensor y vieron, desde el amplio ventanal de la entrada del hotel, que llovía precipitosamente. "¡Que hermoso como llueve!" le comentó alegremente al muchacho de rulos. Parándose a su lado, asintió y acotó "Es hermoso. Como si todo se detuviera por un segundo y las gotas tuviesen el poder de limpiar cualquier recuerdo". Muy sorprendido y casi sin poder creerlo, el otro joven clavó su mirada detenidamente y casi tartamudeando expresó: "Creo lo mismo".

A veces, el momento y el lugar parecen repetirse sin avisar.
"Tu mirada hace que todo a mi alrededor desaparezca,
tenés magia."

Lo contempló detenidamente, mientras seguía apoyado en el balaustre. "¿Cómo podía estar tan concentrado con la vista al cielo?" se preguntaba mientras trazaba en su mente cada parte del perfil del observado. Delineaba cada pelo de la barba, los pequeños labios, la nariz, esos ojos marrones profundos que parecían guardar muchas historias. No lograba comprender por qué no podía sacarle la mirada, aunque tampoco se molestaba en tratar de buscar una respuesta; simplemente lo hacía. Aprovechando que estaban ahí imaginó que podría decir algo, un saludo al menos. Cuando estaba por pronunciar una palabra, se retractó pensando que iba a ser my desubicado y prefirió quedarse callado. Desvió la mirada hacia una enorme laguna, intentando buscar en su mente algún instante o momento que conectara con esa extraña sensación de conocer a ese muchacho. Intuyó que podía ser del trabajo, algún cliente que pasó por la oficina o quizás se habían cruzado muchas veces por las calles de la ciudad. Luego de unos minutos tratando de resolver dudas, optó por tomar un poco de coraje y saludarlo. No obstante, al regresar la vista al balcón vecino se dió cuenta que el joven ya no se encontraba. Se mordió el labio inferior, decepcionado por no lograr su cometido. Se rascó la cabeza y, a paso lento, ingresó a su habitación.

Cielo...
No había día que no aprovechara la oportunidad de ver el cielo. Lo hacia sentir pequeño frente a tan magífico y misterioso panorama. Además, de alguna forma extraña, imaginaba al cielo como un extenso mar. Pensaba que era un océano en donde todos, en algún momento, lo debían navegar hasta llegar a un enigmático destino. Durante el tiempo que estuviese su mirada en alto, dejaba su mente descansar. 

Esta vez, trató de enfocarse en disfrutar las vacaciones. Había sido un largo trayecto en colectivo pero, pese a que quería dormir cómodamente en una cama, prefería arreglar la ropa y ducharse para bajar a ver las actividades que el hotel ofrecía para ese mismo día. Aún recordaba las caminatas con su padre por los bosques, su madre jugando con el agua de la cascada, los arboles floridos, los caminos de piedra, las risas, el sol, la luna, el atardecer y un beso. Varias imágenes fugaces se alborotaron por su cabeza. Eran esos extractos de momentos que le sacaban una sonrisa. Pero no podía vivir eternamente de recuerdos. Sacó la ropa y la puso en el armario. Aunque siempre se lo repetía, se encontraba mirando hacia atrás. Se dio una ducha con agua tibia para relajarse. A veces no podía luchar contra sí mismo. Se cambió y salió para ver que podía disfrutar de lo que quedaba de día.

Volvió a mirar todo el cuarto y se sorprendió de los hermosos detalles que tenía. Bordes dorados, cuadros, los sillones, la mesa y encima una nota. La leyó pausadamente, poniendole la voz de ella. Imaginaba sus gestos y ya comenzaba a irritarse. Pero iba a intentar poner lo mejor de sí, aunque sonara raro algo dentro suyo le había puesto algo de energía. Se tiró un rato en la cama y pensó que podía hacer. Estaba en un paraíso que podía recorrerlo, disfrutando la maravilla que ofrecía. O simplemente podía ir a comer algo. Se dio vuelta y metió su cara entre las almohadas. No podría hacer mucho si seguía en ese estado. Tomando su billetera y arreglandose un poco el pelo frente al espejo del baño, decidió ir a buscar algo para alimentarse. Al salir de la habitación pudo ver que la puerta del ascensor comenzaba a cerrarse y corrió para poder subir. Bajar todos los pisos por las escaleras no era algo que tenía en mente y esperar nuevamente el ascensor, cuando ya estaba allí, le parecía algo fuera de lugar. Interpuso la mano en la puerta, para frenar el mecanismo y entró.

"Perdón que haya entrado así, voy a bajar también" dijo sin observar del todo a la persona que ya estaba allí. "No hay problema" escuchó, a la vez que examinó detenidamente quien se encontraba en el ascensor. La sorpresa a veces juega dulcemente. El muchacho de cabello ondulado lo miraba y sonreía, mientras la puerta del ascensor se cerraba detrás de él.    
"¿Serás dueño de todos tus silencios,
o esclavo de tus palabras?"

Entró rápidamente en la habitación y dejó la puerta abierta para que entrara él. Dio un rápido vistazo al cuarto y, sin mediar palabras, entró al baño azotando la puerta al cerrarla.

Dejó la cartera sobre el inodoro, abrió la canilla del agua, metió sus manos y mirándose al espejo se arregló el pelo, mojándolo. Se contempló por un largo rato. Trataba de encontrar en su propia mirada algo que la hiciera reconocerse. Algunas lágrimas se deslizaban por su rostro y caían, brillantes, en el lavamanos para confundirse con el agua del grifo abierto. Sabía que él estaba en la habitación, por lo que intentaba no hacer ruido. Cerró la canilla e intentó calmarse.

Trató de hacer memoria sobre la última vez que había sido feliz, sin preocupaciones, pero no podía encontrar ninguno por la angustia que sentía. Acaricio su abdomen y se sentó sobre la tapa del inodoro, colocando el bolso entre sus piernas. Escuchó unos pasos que se alejaban. Estaba acostumbrada a que él se distanciara cada vez más, no la sorprendía. Abrió la cartera y empezó a revolverla. Meses atrás, pensó que podría haber dado todo de sí para que él le diera más atención pero ahora sentía que cualquier lucha era en vano. Siguió buscando entre el maquillaje, una liberta y muchas cosas más. "Nunca fui lo suficientemente buena para él" susurró con bronca y dolor. Sacó su celular e intentó enviar un mensaje sin éxito, debido a la nula cobertura de red.

La Curiosidad...
El muchacho de ojos claros había ingresado hacia cinco meses a la empresa. El jefe la había puesto a ella como instructora, para indicarle las tareas que debía realizar y además para que lo ayudara a adaptarse al grupo de trabajo. Un muchacho con buena presencia, bastante pintón y un galán con cualquiera que se le pasara por delante. Era el típico chico que sabe que es lindo y le gustaba jugar con eso. Ella conocía ese tipo de hombres y le encantaba ponerlos en su lugar. Durante las primeras semanas laborales, fregaba el piso con el ego del muchacho y en más de una ocasión lo dejó sin poder emitir respuesta. A medida que pasaba el tiempo, lo que parecían bromas terminaban siendo ofensas y el cordial ambiente de trabajo terminaba siendo casi un campo de batalla. Todo llegó a oídos del área de dirección y, citándolos en La Oficina, se les dio un sermón sobre el espíritu de la empresa junto con los objetivos, la misión y visión de la misma. El resumen de todo lo que les dijo el jefe fue bastante simple: si no aprendían a llevarse bien ambos iban a quedar despedidos. Al salir de la reunión, acordaron no dirigirse la palabra para evitar inconvenientes ya que, para ambos, la fuente laboral era totalmente necesaria. Transcurrieron varios días, y una particular mañana el joven robusto de los ojos claros se acercó a su escritorio. "Vengo a romper nuestro acuerdo; es totalmente necesario que le diga que callada he notado lo intensamente hermosa que es usted" le dijo muy cerca, para luego retirarse tranquilamente a su sitio. Se quedó pensativa y hasta con una expresión de duda en su rostro. Le dio mucha curiosidad el querer saber por qué su compañero había roto el acuerdo para decirle esa frase. Hábilmente se levantó de su silla, caminó hasta donde el joven estaba sentado y acercándose le replicó "Rompo también el acuerdo para decirle que callado hasta parece usted inteligente". Ambas frases, inexplicablemente, fueron el comienzo de todo. A partir de allí, el cuarto de limpieza, el salón de reuniones y otros más fueron los lugares para apasionados encuentros. A veces, son raras las formas en la que dos cuerpos encuentran paz.

Abrió lentamente la puerta del baño, salió sigilosamente y lo vio parado en el balcón. Podría ser esta la oportunidad. Le escribió una nota diciendo que estaría en la recepción y la dejó en la mesa cerca de unos pequeños sillones. Salió de la habitación sin hacer ruido y bajó por el ascensor. Se aproximó al encargado y le preguntó si el edificio contaba con algún teléfono ya que necesitaba hacer una llamada. El gerente puso a su disposición el teléfono del área de recepción y ella marcó, rápidamente, un número. 

Necesitaba oír su voz. Tono de marcado. Necesitaba escucharlo. Tono de espera. Quería sentir ese tono de voz, seductor, nuevamente en su oído. Tono de espera. Se sentía tan tonta, tan infantil, tan... "Hola" escuchó desde  el otro lado. Su respiración se tornó irregular y sentía mucho calor. "Hola muchachito, ¿adiviná quien habla?" le dijo con voz seductora, y una sonrisa se deslizó por su rostro.

"Apretame fuerte contra tu pecho,
así puedo escuchar tu corazón una vez más"

"¡Necesito que vengas para firmar los papeles!" exclamó seriamente una voz femenina desde dentro del edificio y el tiempo volvió a retomar su curso. Ambos se levantaron entre nervios, risas y disculpas reiteradas. No podía evitar mirarlo. Ese pelo ondulado, esos ojos tristes marrones, esa risa tímida, esa barba prolija, esas manos ya las había visto antes. Trataba de buscar en su mente algún recuerdo, lugar, tiempo, momento pero no podía saber de dónde. Supuso que debía ser un juego de su mente o el cansancio del agotador viaje. Nuevamente sujetó las maletas e ingresó al hotel a paso lento.

Aún tratando de volver a ordenar su equipaje para ingresar al edificio, se preguntaba a sí mismo por qué ese joven se había quedado mirándolo y a la vez se recriminaba la torpeza de armar terrible caída. Tenía exactamente quince días para desconectarse de la rutina, del mundo que hasta ese momento conocía y tratar de poner un poco de tranquilidad en su vida. Metió la mano  su bolsillo, sacó su celular y advirtió que no tenía señal. Acto seguido lo apagó y lo guardó. Quería empezar a hacer las cosas bien. Respiró profundamente y entró al hotel.

Un amplio salón blanco junto con la recepción, con terminaciones en dorado, pilares de mármol, estatuas y decorados con  cuadros de paisajes de la zona, se mostraban pulcros y bien cuidados. Algunos sillones estaban próximos a la entrada junto con una pequeña mesa ratona y revistas sobre turismo. Un gran candelabro se alzaba a mitad del salón y había personal del lugar parado en las cercanías de la recepción. A lo lejos, la pareja se encontraba aún llenando papeles junto con el encargado.

Caminó hasta donde estaban colgados los cuadros y empezó a observarlos detenidamente. Iba a hacer tiempo hasta que se desocupara el encargado y poder hacer el respectivo check-in. Miró la cascada, el paseo de las orquídeas y la fuente natural. Una empleada se aproximó para preguntarle si necesitaba ayuda y aprovechó para preguntarle sobre todos aquellos lugares que su mente dibujaba con instantes en las memorias. Quería recorrer nuevamente los sitios con los que muchas veces soñó en las noches. Minutos después, el gerente lo llamó para iniciar con todos los documentos para poder otorgarle la llave. Terminado el trámite, subió por el ascensor hasta el último piso del Hotel. 

Al llegar, dos puertas se contraponían a otras dos en un pasillo blanco bastante amplio. Entró a su cuarto y quedó maravillado de lo espacioso y cómodo. Dejó las valijas cerca de la puerta, sacó el celular del bolsillo del pantalón y lo puso en la mesa que estaba junto a unos pequeños sillones. ¿Qué haría? ¿Hasta dónde podría llegar? ¿Será solo cuestión de tiempo? cruzaban por su cabeza repetidamente. Dio un vistazo general del cuarto. El silencio era aún mayor en su corazón. Se quedó pensativo por un rato y de pronto notó el amplio ventanal que daba directo al balcón. Era cuestión de permitirse, abrirse, que llegase lo que debiera llegar. Abrió las ventanas y salió para respirar el aire de la naturaleza.

Dejó todo el equipaje cerca de la cama, la vio entrar directamente al baño y cerrar la puerta con fuerza. Si todo comenzaba así, serían días interminables. Se sentó al borde de la cama y se tapó la cara con sus manos. Estaba agotado, molesto, sentía que tenía un nudo en la garganta que iba a explotar en cualquier momento y no sabía que podía hacer al respecto. Quizás no tenía valor o estaba perdido entre tantos sucesos. No se permitía quebrarse y respiraba entrecortado para contener las lágrimas. Se levantó tambaleando y inhalando profundamente caminó, sin pensarlo, hasta el balcón.  Las dudas iban quitando la forma del rompecabezas de su alma. Necesitaba oxigenar sus ideas, su mundo y su corazón. Se apoyó sobre la balaustre para admirar el paisaje mientras el canto armonioso de las aves lo tranquilizaba. De pronto sintió que no estaba solo y giró su cabeza. Su corazón comenzó a latir de forma extraña. Ahí estaba él, mirando taciturno el cielo, en el balcón de la habitación contigua.
"Si vas a decirme algo,
que sea mirándome."

Ambos iban en el auto, callados, distanciados, como dos mundos totalmente diferentes que no tenían intenciones en acercarse. Ella buscaba algo en su cartera y él estaba concentrado mirando la carretera. Por breves momentos, decían alguna que otra frase suelta pero no duraba un minuto.

Ella sabía que no había vuelta atrás y que quizás ese viaje sería el definitivo para tomar una importante decisión. Seguía revolviendo el bolso que tenia sobre sus piernas, como para distraer su mente. Habían sido meses difíciles. Dos años atrás se conocieron por intermedio de amigos y lo que empezó con algunas charlas terminó en un romance. Tenían tantos planes, sueños para crear juntos, sonrisas, caricias que se esfumaron. Durante los últimos tres meses, las cosas habían cambiado. En secreto, estaba coqueteando con un amigo de su trabajo. Quizás había sido por la falta de atención que él le ponía, porque estaba buscando una aventura o porque deseaba salir de la rutina; justificaciones con las que intentaba minimizar el hecho de que lo estaba engañando. Dentro sentía culpa que revestía con frases de victimización al momento de exigirle a él más cariño. Tres meses que parecían una montaña rusa. Lo quería, pero no con la intensidad de antes. "Decida lo que decida, no puedo seguir así" se repetía constantemente. 

Él estaba estancado en el tiempo, pero no lo sabía. Con sus manos sujetando fuertemente el volante, se cuestionaba el momento que estaba pasando. "¿Por qué sentía vacío y soledad?" pensaba. Fueron dos años que pasaron tan rápido para llegar a esa situación. No era inconsciente del momento que estaba viviendo con ella. Quiso cortar la relación durante los últimos cuatro meses, pero algo lo aferraba a ella. Prefirió, entonces, dar otra oportunidad para intentar solucionar las cosas. Pero dentro suyo, una historia se mantenía latente. Era un secreto que nadie sabía y que creyó haber olvidado. Apretaba con mas fuerza el volante y miraba al horizonte. No le nacía ser más demostrativo y tampoco se empeñaba mucho en hacerlo. Toda la relación se aferraba a un fino hilo que los ataba a ambos. Había querido encontrar en ella, el sentimiento incomparable que alguna vez había vivido. Deseó suplantar labios, miradas, caricias; que no encontró. La excusa del viaje iba a ser determinante para aclarar su mente.

Estaban a poco de llegar a destino. El camino se iba perdiendo entre la vasta vegetación y el Hotel se veía a escasos metros. Un bache sacudió el automóvil y él inmediatamente la miró. "Tranquilo, el bebé está bien" le dijo con un tono serio y sin observarlo.

Estacionaron, bajaron las maletas y ella fue directo a la recepción dejándolo a él solo. Como pudo, agarró bolsos de mano y arrastró dos grandes valijas. Suspiró, casi resignado, mientras se tambaleaba. No había llegado a la entrada cuando se tropezó con otro huésped que, al igual que él, recién había ingresado. Inevitablemente, cayó al piso con todo el equipaje. Rápidamente, se paró y pidió disculpas. El otro joven, tartamudeando, intentaba hacer lo mismo. Observó el lío que se había armado y quiso ayudarlo. Fue eterno el momento exacto en que sus manos se encontraron al sujetar las maletas.

Sentía que ya había tocado esas manos, y lo miró detenidamente. Sus ojos se encontraron con los de él. "No puede ser cierto, ¿o sí?" se preguntó a sí mismo y acto seguido le sonrió.
"-: ¿Puedo quedarme?
-: No te vayas. Nunca."

Quedaban varias horas para llegar al Hotel. Estaba perdido entre recuerdos que inundaban su mente constantemente. Miraba por la ventana del colectivo, intentando descifrar las preguntas que inquietaban su corazón pero no obtenía respuestas, solo un vacío cuadro de árboles espesos y un cielo que se iba tiñendo de gris.

Cerró los ojos un instante. Sucumbió a la calma de la oscuridad y sin darse cuenta, pese al suave murmullo de algunos pasajeros, se quedó dormido.

Angustia.
La figura de un hombre parado al lado de una puerta lo inquietaba. "Te podes ir, si querés." Escuchó con una voz muy gruesa casi robótica. Caminó lentamente hacia la puerta, con incertidumbre y temor. Se preguntaba qué hacia en ese lugar, por qué estaba él ahí, por qué todo parecía girar. Miles de preguntas que se anudaban en su garganta. Se habían perdido los gestos, las palabras dulces, los buenos momentos y solo quedaba vacío. Sus ojos trataban de no mantener contacto con el caballero que aún se encontraba inmóvil cerca de la puerta. Cuando logró aproximarse, escuchó muy suave al oído "Vos de acá no salís". Luego de eso, sintió un golpe fuerte que estremeció cada parte de su cuerpo y despertó sobresaltado.

El micro estaba detenido, la gente se iba parando y descendiendo. Miró brevemente sus muñecas y se las acarició. Suspiró profundamente, con calma. Cuando quedaban pocos pasajeros, se levantó con calma y bajó del colectivo observando el paisaje.

Un gran hotel se imponía frente a una vasta vegetación. Habían árboles por donde se mirara. Recordaba como si fuese ayer cuando, con su familia, había llegado a ese mismo hotel para las vacaciones. Obviamente el tiempo había cambiado naturalmente el paisaje, pero seguía manteniendo ese aroma a tranquilidad que tanto le gustaba. Quizás por eso lo había elegido nuevamente.

Sin demora, tomó su equipaje y se dirigió a la recepción del hotel para hacer el check-in correspondiente y obtener la habitación que había reservado. No había llegado a la entrada cuando se tropezó con otro huésped que, al igual que él, recién había ingresado. Tal había sido el golpe que tiró su maleta torpemente hacia un costado junto con la del otro muchacho. Intentó disculparse tartamudeando y con nervios. En esos breves segundos, sus manos se encontraron al sujetar las maletas y sus miradas se cruzaron instintivamente.

Segundos que podrían ser una eternidad. Y el muchacho le sonrió.